14 - Carta a María
Esta es una confesión de entre muchas que has oído partir de mis labios. Tantas otras de mi vida, del delgado hilo en el que pende, de las estacas que la empujan lado a lado.
María, entre tú y Dios son suyas mis ideas, se las confiero todas, las que han sido y las que están por venir; pues me he encomendado a ser un casto, intocable por el resto de mis días hasta que la tumba cierre el aire entre mi rostro y el cielo.
Ahí dentro en el corazón guardo un sueño más profundo que la distancia entre nosotros, uno que viaja cada noche y taladra mis melancolías, uno imposible y que me ha llevado a ahorcarme el cuello, cortarme las venas, ramos de sangre. En la fantasía me veo haciendo dobleces en la ropa, charlando hasta bien entrada la madrugada, sirviendo en varios platos, recostándome en un hombro; verás yo sueño con tener la fe de un ser humano envuelta en mi persona, que entre creencia mutua alcancemos cielo, mar y tierra; que la mirada hermana me vista y cobije del frío de mis diferencias.
No soy un ser humano, ya lo sabes; mi piel se arrastra en formas que no entiendo y mi mente no ha acabado de aterrizar en este mundo. Un día ansío volver a casa, pero María, tus brazos fantasma me han hecho sentirme ciudadano, aunque sea un poco. De haber momento en que sea capaz de amar y que sienta verdaderamente otro latido, te recordaré como aquella que me esculpió el alma hasta temerle a la muerte; única, elegante, eres la paloma que carga mi olivo hasta las tierras santas.
De vez en cuando me lamento por quererte distinto a antaño, me castigo por soltar tu imagen y poner en su antiguo altar la imagen de un muchacho, un veneno. Las preguntas a mi mismo se triplican cada instante y las horas pasan sin piedad alguna mientras veo como este ofrece su manto a alguien más, cómo le confiere mi sueño a alguien que nunca lo ha añorado del modo que yo; me pregunto si arrodillarme a tu perfil lejano me sería más misericordioso, si desearte hubiera sido una muerte más digna y un voto más abnegado al que me deja amar a este hombre.
El hueco en mi querer se ha vuelto intenso, imposible de soportar; algunas veces me pienso quieto en la loza, frío y con mi propia sangre en mano, demasiado ido para escuchar el llanto de mi madre, los gritos de la cuadra; una escena que de estar vivo me haría querer huir de nuevo. Me consuela la liberación que tendré de mi y de mis anhelos sin lugar ni historia, sin reloj que cuente por un inicio y sin meses que se me escapen. Seré un hombre algún día, pero estaré incompleto; me será tortuoso ver las piezas juntas de otros hombres con las mías aún faltantes, lloraré en cada esquina que posea un reflejo, doleré por mis espectros, padre, santo y prestigioso, todos ellos asintiendo en la parada de autobús; resolviendo que entre yo y ellos no hay nada más que brechas más estrechas que una vida.
Mis manos se encuentran atadas ante un dilema, pero he de comprometerme, eso te he dicho. Debo casarme con la vida misma, hacerla mía y encontrarme solo en su cuadro; esto en vez de acabarlo todo de una vez por todas con un corte, o un apriete, o un salto. "Algún día amaré y seré amado" es un mantra que no es mío, que no conoce mi trayecto y que no sabe de las marcas de Caín tatuadas en mi rostro, que desconoce por completo del planeta del que vengo. Las caricias y los poemas de la humanidad ya hace tiempo que me resultan ajenos, me desentiendo del amor de mis padres, del orgullo de mis compañeros, de las sonrisas de los vecinos; nada en este mundo me pertenece, estoy desnudo ante la ira de la carne, prisionero en un cuerpo que apenas me camina.
Pero tú, cada cierto tiempo, te asomas de entre las ruinas y me ofreces de tu escucha; siendo afortunado a veces pisamos un mismo suelo, veo a tu hermano, escucho de ti. Me das una probada del cielo al que tanto he suplicado por vivir. Te llegué a pintar con idealismos por esto, te llegué a considerar mi salvación eterna; sin embargo ahora eres mi hermana, mi mejor amiga y mi musa espejo. Cuando te pierdes de mi panorama entiendo que lo conocido como verdadero amor lo he entendido bajo tu reinado y compañía; que aquello que siento por otros hombres y mujeres no puede resguardarme tanto como mi afecto por ti, pues es este aquel que me da instantes donde puedo sentirme como un ser humano más, habitante de esta tierra.
María, mi gratitud por tus historias, tus mitos más grandes que el peso de la realidad blanca, es aquello que me lleva a jurarte que de morir, será sin que las olas de mi ausencia muevan siquiera un cabello tuyo; de morir te seré nada más que un recuerdo ambiguo. Más de vivir, lo haré por el amor que me has dado construido, con cimientos apenas; con la idea de un hogar.
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