06 - Casiopea

Quiero tatuarme una memoria y una sola.

Una noche entre tantas, tu risa acompañada de mis ficciones porque somos así, yo: mis historias, tú: de tus mil ocurrencias.

Mi mirada congelada - terriblemente - en el páramo de tus ojos asemillados, como la ruta que recorre la raíz antes de surgir de la tierra. Me guardo todas mis ansias por jugarle a tu pelo una trenza, las llevo en mi bolsillo de la chaqueta y las reposo para desayunarlas un día de sol, donde el calor contra el vidrio evapore mi tristeza y los sueños no realizados.

Eva, María, tu coronilla de ocaso lleva los nombres de las damas bíblicas para ocultar la vergüenza que me acongoja por quererte sin respuesta. Te envuelvo en mentiras; donde tu piel es de seda y de tus latidos crecen senos; donde en esta madugada no me acaricio el cuello en búsqueda de una mordida vampiresca.

Me hechizaste, como un perro halado de la correa. Contemplarte en tu paleta me genera el temor igualado al de tu partida, al de tu indiferencia y cada una de las invitaciones rotas que posan en el balconcillo de mi casa se las lleva el viento de los sauces.

Una casi-novia, un hombre débil; envuelto en harapos blancos que visten un cimarrón de lo que tu juventud persigue con la marcha de un tren. Esperando en el altar de la fantasía, mientras te bailas en la dirección opuesta hacia un podio lleno, con novia y todo.

No he pintado. No he pintado por miedo a que tus lacios se invoquen desde la punta del pincel. Que te me escurras por los lados de mi oído y que tu rostro haga un eco mundial. Exhibido de manera insólita por mi propia necedad de capturarte aunque sea por imagen, dándome lástima y dejandote correr desde la jaula cobriza de los adeudos holísticos en mi alma ambigua.

Te amo, es tan simple. Pero incluso en mis narices no puedo adherirme a la religión de mi palabra, porque me duele admitir que tu aroma de amante sea recibido por los brazos que acogen a un compañero y que así siempre ha sido.

Tan sencillo como atar a dios el cable de una oveja.