10 - Polilla lunar

Me vi desenvuelto en vida:

Una rosa, un febril verano;

Donde amar guardaba a cuartos la importancia del milenio

Y la pasión exudaba de mis poros cual reflejo natural.

Más soy un hombre y, de mi especie, la artificialidad es cual pierna coja,

De pronto camino la vida con esta, muletilla de aspiraciones.

Mi entrega había cambiado en el chasquido de dos soles,

El cuerpo al asfalto y la mirada al tezontle, 

Como el demente que pierde su reflejo:

El fango encarceló a las estrellas y el suicidio se rebuscó en el diccionario, se dio un nombre propio;

Se puso el abrigo y salió a pasear, acosándome desde la otra acera y abriendo las puertas del otro mundo.

La enfermedad vuelta un llamado a la rendición eterna,

Un postrado en esperas de su manto, de la ruptura con su rostro.

Cuando el joven rey se arremanga al viejo niño y se vuela al infinito de las cosas;

De sus dijes-lágrimas, sus poemas-uñas y sus hilos-cebos,

Sus carcachas hechas cuerpos y sus latidos tronados al eco.

Solo queda preguntar si Dios me observa desde la apertura de mis yagas

Si me espera en algún cajón o en la promesa del tercer amor, arrinconado en una esquina de mi duelo.

Si alguna vez fue capaz de entender mi egoísmo y mi sed de caricias estrictas, 

Esbozadas hasta el borde con mi ojo quirúrgico en mano de mi antitésis matemática; 

Pues su amor, a mi contrario, no fue escrito por el método y los años de revueltas secas, 

Sino por aquella maraña cósmica que se entiende solo al segundo del nacimiento y nunca más.

Saber si sus dedos se han maltrecho como los propios,

No por la labor ni por la diligencia, sino por el ocio: consecuencia de este peso; 

De esta caravana de fealdades y aburrimientos, 

De la negociación con el acto de dejar ir lo que se amontona a mis rabillos de ambos lados. 

Es que acaso al ver de mi sangre no desea apretar la bolsa (o quebrar el cuello, o arrancar el arpón, entre tantos otros) como nosotros hombres hacemos con sus criaturas.